sábado, 7 de diciembre de 2013

‘Pistol’ Pete Maravich: El ilusionista sin corazón (II)


La etapa universitaria de Pistol Pete Maravich fue la más deslumbrante que pueda uno recordar. Algo irreal. Pura fantasía. Ir a sus partidos era cómo ir a una función cuyo título era siempre el mismo: El más difícil todavía.

Mientras nuestro ilusionista seguía hechizando al respetable en Broughton, un viejo zorro trazaba un plan para reclutarlo. Jim Corbett, el director del área deportiva de Louisiana State University (LSU), amante empedernido del baloncesto quería dar un golpe de efecto en una Universidad, Ciudad, Estado en el que el baloncesto no tenía especial relevancia. Corbett sabía que tenía pocas posibilidades de reclutar a Maravich, por el que se pegaban todas las universidades, pero sí podía contratar a su padre y que este se encargará del resto. Un astuto plan, de un viejo zorro que salió a la perfección.

A razón de 15.000$ por temporada, Petar Press Maravich se convertía en entrenador de LSU. Reclutó a su hijo, casi a la fuerza. Así rezaba la carta de reclutamiento: “Si no firmas esto, no vuelvas a pisar mi casa”. Maravich firmó. No quedaba más remedio, además, que hay más bonito que una familia unida. Mientras se desarrollaban estos hechos cabe imaginarse cómo se esbozaba una sonrisa en la cara del viejo zorro de Corbett en su despacho.

Al fin y al cabo, LSU no estaba tan mal. Situada en Baton Rouge, segunda ciudad de Louisiana después de New Orleans, era una ciudad tranquila con mayoría de ciudadanos blancos y con un clima agradable, aunque quizá demasiado húmedo para ese ‘pelo pantene que lucía nuestro mago.

Situados y contextualizados los protagonistas sólo cabe decir… ¡Que empiece el espectáculo!

¡Y cómo empezó! 50 puntos, 14 rebotes y 11 asistencias, firmó nuestro ilusionista en su primer partido. Durante aquel primer año como freshman, Maravich no bajó en ningún partido de 30 puntos. Pero la anotación no era lo importante, a él lo que más le gustaba era deleitar a los asistentes con su función, ya saben, ‘El más difícil todavía’. Superarse en cada asistencia, en cada dribling… ese era su verdadero ímpetu. Durante aquel primer año el solito fue atrayendo a más y más espectadores, a los que deleitaba con trucos circenses. Ahora la ves ahora no la ves, pase por la espalda, por debajo de las piernas… Caderas rotas, tobillos hechos añicos.

¿Éste es el hijo del entrenador? ¿Qué le ha dado de comer? ¿De dónde ha salido? ¿Es esto siquiera posible? Se escuchaba en las gradas, aderezado con una buena ración de exclamaciones - Oh!!, Olé que se hubiera escuchado en España - y los aplausos correspondientes. Que gran año para Pete. Aquel delgado chaval que apenas se relacionaba con los demás, era ahora aclamado como un mesías. Dicen que durante aquella temporada todavía no se contabilizaban las estadísticas totales en NCAA, aún así se asegura, se asevera, se garantiza e incluso se ratifica que la media de Maravich aquel año fue de 43,6 con tope de 66 frente a los Hawks de Baton Rouge. No hacía falta tanto, todos nos lo creemos. Y en un despacho, ya saben de un viejo zorro que no le cabía la sonrisa en la cara.

Nueva temporada, nuevos rivales pero lo mismo de siempre. Ya saben, ‘El más difícil todavía’. En su primer partido 48 puntos, seguido por otro en él que Maravich no estuvo demasiado inspirado: 42 puntos (por debajo de su media), y un tercero con 51.
 LSU se colocó cómodamente con un 10-3 y Maravich en su nivel, 44 puntos por partido sin forzar la chistera. La fama que le consagraba, que había convertido a John McKeithen – el Gobernador – en un aficionado más, le hizo el blanco de innumerables faltas de sus rivales, las más leves podrían hoy catalogarse como flagrantes. No dudaban en golpear, agarrar o empujar para que el crack de Pensylvania no hiciera de las suyas, no hace falta insistir en que no surtían demasiado efecto, pero el físico de Maravich se fue disolviendo cómo un azucarillo, en apenas media temporada ya había perdido más de 5 kilogramos. Acabó su año sophomore con 43,8 puntos, pero lo importante fue su fama a nivel nacional. No se vendían más abonos, ya no había espacio para todos, a partir de entonces el espectáculo de Pete Maravich, ya saben, ‘El más difícil todavía’, colgó para los próximos años el no hay billetes. Cartel que colgaba antes de cada espectáculo, con gran alegría y regocijo nuestro entrañable viejo amigo Corbett.



                                    

En su siguiente año Maravich comenzó promediando más de 47 puntos por partido, ya no sólo llenaba el estadio en los partidos, la gente se agolpaba para verle entrenar. Su chistera no tenía fondo. Y a la hora de desenfundar era el más certero, 44,2 puntos de media está temporada, ni el mismísimo Jonh Wayne podría haber competido con tan hábil tirador. Sus canastas desde más allá del triple a una mano eran una pequeña ración que servía en su espectáculo, sus compañeros observaban atónitos las humillaciones que infligía a sus rivales, mientras se preguntaban si aquel desgarbado muchacho no habría venido de otro planeta, o incluso, si practicaban el mismo deporte. Relatan las crónicas que en el último partido se dedicó a hacer de las suyas en Georgia, tal fue la exhibición que ofreció que las personas que asistieron bajaron a felicitarle.

No hubo record que se resistiera a su excelsa muñeca: El de más puntos en sus temporadas sophomore y junior (Oscar Robertson, 1962), después el de anotación en la historia de LSU (Bob Pettit, 1972), y posteriormente el de más puntos en dos temporadas NCAA seguidas (Elvin Hayes 2070).

Llegó su año senior, el último que podía disputar cómo universitario y sólo le quedaba una cosa por conseguir, alcanzar el título. La chistera seguía funcionando a pleno rendimiento, empezó el año con una media por encima de los 50 puntos. Actuaciones memorables que terminaban con Maravich saliendo a hombros cómo Curro de la Monumental.  Las estrategias para detener a Pistol rayaban lo impensable, desde flotarle como hizo Carnesseca, o incluso, como cuenta Javi Gancedo en un partido ante Loyola en el que su defensor le palpó el trasero todo el partido y hasta le dio un beso en el cuello. Desbordante ingenio, desde luego, el de los entrenadores rivales.

Fue frente a Ole Miss cuando Maravich supero el record anotador en la NCAA en poder de Oscar Robertson. Los asistentes saltaron en tromba a la cancha parando el partido que se reanudo más tarde. De nuevo el genio volvió a salir en hombros.

Sus últimos partidos fueron en el Garden, invitada LSU al NIT que se disputaba en Nueva York. Pistol condujo al LSU a la final, pero serían arrollados por Marquette. Un sueño roto.

La exitosa carrera del ilusionista más famoso de este deporte no se detuvo ahí, aunque eso será para más adelante. Para la eternidad sus récords de 3667 puntos en tres años en el equipo senior de LSU y sus 44.5 puntos de media. Todo aquello sin línea de 3 puntos, con ella advierten los estudios realizados, ya se sabe del afán de los americanos por estudiarlo todo, habría alcanzado los 57 puntos por partido. Pongan el calificativo que deseen ante semejante cifra. En LSU cuando se les acabaron los adjetivos, que fue bastante pronto, decidieron construir un pabellón con su nombre y en su honor: Pete Maravich Assembly Center. Otra gran virtud americana, no sólo lo estudian todo sino que les gusta hacer todo a lo grande. Pero lo más importante de aquellas cifras fue como las logró… Porque quizás todo aquello no fue más que una ilusión, porque aquellos números y aquella manera de jugar era irreal... Aunque claro, al fin y al cabo en eso consiste la magia, en conseguir que lo irreal se convierta en real.


                                




Pedro Ruiz                   Puedes seguirme en Twitter: @pedritoRiaza

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